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Hay una reflexión de Paul Valery en la que expresa la emoción que se da en cada grabador cuando levanta el papel tras la primera impresión de una de sus planchas. Es un instante mágico, en el que tras muchas horas, por fin se ve el resultado del trabajo realizado. Es una emoción que nunca desaparecerá, no importa el número de planchas que hayas grabado, siempre te acompañará en cada obra.

 

“…os amo grabadores y comparto vuestra emoción cuando eleváis a la luz, todavía húmedo y delicadamente tomado con la yema de los dedos, un pequeño rectángulo de papel salido de entre los cilindros del tórculo. Esta estampa, este recién nacido, hijo de vuestra paciente impaciencia (pues el ser artista no se puede definir más que por contradicciones), lleva un mínimo de universo, nada, pero esencial, ya que supone el todo de la inteligencia.”

Siempre me han interesado las técnicas tradicionales del grabado calcográfico, quizás por acercarme más a la materia gráfica, puesto que el grabado es un arte de creación directo, donde puedo manipular todas mis sensaciones creativas.

 

El grabado “democratiza” el arte, llega más al pueblo, no sólo a la élite. Tiene una mayor difusión social, ya que es una técnica en seriación.

Pienso que lo más importante no es la técnica, sino lo que el artista transmite con su obra.

Trabajo sobre planchas de cobre, utilizando diversas técnicas, como son aguafuerte, barniz blando, manera negra, aguatinta, etc. En algunos de ellos he empleado más de una técnica, dependiendo de lo que quiera conseguir en cada momento.

 

En su mayoría tienen un lenguaje básicamente abstracto.

 

Me gusta crear contrastes entre luz y oscuridad. La técnica más adecuada para crear estas oposiciones es la manera negra, en la que se parte de un negro infinito y donde se van abriendo grises hasta llegar al blanco más puro. Blanco y negro, luz y oscuridad, principio y fin, son símbolos del dualismo de la naturaleza de cada uno de nosotros. El negro evoca la interioridad, el conocimiento, lo inexpresable y la profundidad.

 

Las espirales, que tanto se repiten en mi obra, representan el tiempo mítico, la existencia como un gran tejido circular de la vida y la muerte, de perpetuo movimiento, en el cual el ser nunca es el mismo. Las interinfluencias de lo permanente y lo efímero. Trazos que van hacia dentro, simbolizando la involución, la reflexión, al contrario que cuando son hacia fuera, representando la evolución, el movimiento, la acción…, estableciendo con ello oposiciones entre estabilidad y transformación.

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